Páginas

sábado, 6 de abril de 2024

Reconciliación

No es ningún secreto que mi relación con la Fórmula 1 ha pasado por momentos mejores. Aquí ante todo me gustaría ser sincero. Sin embargo, desde esta misma mañana, sí puedo asegurar que mi relación con la Fórmula 1 también ha pasado por momentos peores. La pasada temporada, tras la última carrera bajo los focos del circuito de Abi Dhabi, acabé bastante cansado del tinglado artificial que entre FIA y FOM hubieron montado. Veintitres fines de semana, en lugares que despertaban, cuando menos, poco interés, con carreras al sprint los sábados y otros pequeños detalles que hacían cuestionarme si realmente estaba viendo un campeonato de la máxima expresión de automobilismo. Este año, como el lector más avezado de este sucedáneo de portal web sabrá, la temporada dio comienzo, a mi manera de entender la Fórmula 1, hace quince días en el circuito que rodea el lago de Albert Park; las dos carreras de antes solo fueron dos sesiones de entrenamientos previas a la temporada -como esas que antes se hacían en Barcelona.

Siempre me ha gustado este momento del fin de semana del Gran Premio: el del sábado por la noche. Con todas las cartas boca arriba, con la parrilla definida para el domingo y trescientos seis kilómetros por delante para ordenar a coches y pilotos de más rápido a más lento. Esta mañana Max Verstappen ha aventajado a su compañero de equipo en tres décimas de segundo solo durante la frenada de la última curva para acabar consiguiendo la pole position por sesenta y seis milésimas. Lando Norris, a los mandos de uno de los McLaren, ha conseguido una vuelta tan buena para ser tercero que ni si quiera ha podido mejorarla en su segundo intento; y algo parecido le ha sucedido a Carlos Sainz con el registro que le ha servido para ser cuarto. Ferrari que, durante gran parte del fin de semana parecía el principal rival de los coches RedBull, se han desinflado en el último momento -en la simulación de clasificación de los terceros entrenamientos libres- y ahora es, incluso, el quinto equipo de la parrilla. Quinto sale Fernando Alonso y su gloriosa tanda con neumáticos duros que tiene a España entera soñando con un podio, en el peor de los casos. El nano, que no sabía cómo ir más rápido, ha mejorado su tiempo y ha pasado en su último intento a Piastri -sexto-, a Hamilton -séptimo- y a Leclerc -octavo-. Russell sale merecidamente en la novena posición como el peor piloto de los mejores. Y para la última plaza que da acceso a puntos se presenta una lucha a cuatro bandas con Tsunoda y Bottas como principales candidatos y Ricciardo -con más ganas que acierto- y Hulkenberg como alternativas.

En la soledad del hogar y en el silencio inducido de Antonio Lobato he logrado encontrar la tranquilidad para iniciar mi reconciliación con la setenteañera Fórmula 1. Anoche me quedé embobado viendo en diferido los primeros entrenamientos libres y hoy he saltado del susto cuando he visto que Ferrari era el quinto equipo, antes de la clasificación, y se me ha hecho tarde porque me he entretenido con la retransmisión en directo de Víctor Abad, después de la clasificación. En quince días, veo reverdecer el páramo que hace no tanto era selva frondosa. Me pregunto por qué será. No obstante, tras dos jornadas de genuina competición, mañana, con la carrera, llega la prueba de fuego lidiando con el juguete roto del DRS y siempre desproporcionado juicio de la FIA. Porque mira tú por donde, prefiero antes el jamón ibérico o el sushi bueno que los garbanzos triturados o las hamburguesas de un euro. Porque mira tú por donde, antes que ver un circuito callejero artificialmente iluminado, prefiero ver a George Russell atravesar la última curva del soberbio circuito de Suzuka tan rápido como le sea posible.



jueves, 8 de febrero de 2024

La ficha técnica

En el tiempo justo para que tres domingos pasen y dejen su festiva impronta, el Levante ha jugado una pareja de partidos que, de ser personas, muchos creerían hermanos. El pasado empate en Miranda del Ebro y la reciente derrota en Barcelona guardan ciertos puntos en común que, retorciendo la realidad, parecen el mismo recuerdo. Cierro los ojos y no sé si lo que veo pertenece al domingo pasado o a quince días atrás. Jugados a domicilio, domingo por la tarde, ambos con el dulce gusto de una victoria que sin embargo se amarga justo antes del final. Ambos con carretera para pensar; y ambos acompañados de un lunes a la mitad de nuestras posibilidades como ser humano. Trece y ocho horas, respectivamente, sin moverse dentro del coche para ver cómo el Levante pierde solo cuando ya no hay tiempo para más: un plan sin fisuras, Torrente. Dichos los hechos innegables que caben en las cinco líneas en las que se extiende la ficha técnica del partido, abordemos, con permiso suyo, las cuestiones verdaderamente transcendentes, aquello que fundamentalmente importa.

Espero no perder la atención del asiduo lector de este sucedáneo de portal web: voy a dejar el puto resultado a un lado. Bajo circunstancias normales -cualquier partido en el que no intervengan mis queridos compañeros blanquinegros o una determinada situación clasificatoria especialmente apretada- el número de goles en un partido de fútbol debería recibir el mismo trato que el número de saques de esquina. Una jugada acertada de veinte segundos no puede eclipsar hora y media de juego. A veces, es dificil saber lo que uno siente, o, mejor dicho, es dificil saber lo que uno siente pero lo realmente dificil es encontrar las razones. Bajando la escalera de la tribuna del estadio de Anduva, uno lidia con la tentación de elevar el resplandeciente destello de Carlos Álvarez y adjudicar a la mala suerte el gol tardío en contra. Uno se siente molesto en definitiva, pero duda sobre si es por el inútil deseo de que ese último cabezazo vaya fuera de la portería en lugar de dentro de ella o, si más bien, la molestia tiene que ver con el tantísimo recelo por encajar gol -para finalmente encajarlo y con merecimiento. Al poco de dejar Logroño atrás uno se convence de lo segundo y para cuando llega a Teruel uno se explica a sí mismo: «pero qué sumamente cobardes hemos sido».

Es más, en ese momento turolense, me animo a imaginar un pasado distinto: con un Levante decidido, con alma, que después de pelear y buscar el segundo gol sin embargo recibe, por designios del fútbol, el gol del empate en el mismo exacto minuto: «Estaría contento -aseguro finalmente». Ambos hermanos Schumacher eran pilotos de Fórmula 1, pero tú ya me entiendes. La del domingo pasado en Barcelona es una experiencia que recomiendo a todo buen granota. Once representantes de les barres blaugranes, en un escenario abrumador, jugando al fútbol con determinación, con garra, con deportividad, con ganas de jugar, sin un solo fingimiento -salvo la jugada que mereció la expulsión de Dela. Un equipo de once chavales jóvenes, con hambre de comerse el mundo, con el deseo de hacerse un hueco en la élite y con el que evidentemente me siento identificado. El gol del empate es fruto de ese juego coral, de ese compañerismo que rezumó el Levante durante el partido; Dani Gómez, ajustándose las medias, hace un hueco delante del portero, todos al segundo palo, pase raso y tenso al primero e inevitablemente gol. El Espanyol, cierto es, que no estuvo muy atinado pero eso nunca ha sido óbice para que los nuestros se tumben a la bartola delante de la portería de Andrés. Que Dani Gómez tenía que haber metido gol, que Carlos no tenía que haber tirado al centro, que Róber Ibáñez no sé qué. ¿Pero, qué mas da todo eso? Dani Gómez puso el pie para meter, Carlos apuntó a la escuadra y Róber Ibáñez no quería perder el balón, ¿Qué sucedió lo contrario? pues ya está, pasó así. ¿Qué más te da que te piten un penalti en el último minuto cuando puedes bajar la escalera del fenomenal estadio de Cornellà orgulloso de haber visto jugar al Levante?, ¿Qué más da todo lo demás? El coche, el tiempo, el domingo perdido, el lunes sacrificado, el sabor de la derrota. Todo es menos importante.

Total que, un poco más allá, en la grada visitante, uno de ellos mira el marcador, el otro mira la clasificación en el móvil y mientras yo aplaudía como un padre que felicita a su hijo, se dice como una sola voz: «Esa camiseta no la merecéis» Justo en el día en el que más se merecieron jugar en nombre del Levante Unión Deportiva. La ficha técnica del partido debe ser muy aburrida.



miércoles, 27 de diciembre de 2023

Feliz Navidad

Desconozco a partir de qué momento se deja de decir «Feliz Navidad» para decir «Feliz Año». La solución de limitarse a decir «Felices Fiestas» si y solo si se utiliza como recurso evasivo-disuasiorio, con el perdón de las damas, no colma mis expectativas. «Felices Fiestas» un veintidos de diciembre, de acuerdo; «Felices Fiestas» para evitar meter la pata un dudoso veintisiete de diciembre, de ninguna de las maneras. O blanco o negro, gris jamás, Diego Armando. Me gustaría que existiera un convenio colectivo, un acuerdo humanitario que dijera «A partir del día 29 de diciembre a las 14:15h, ya se puede felicitar el año; hasta entonces, solo las navidades». Pero me surgen algunas dudas. La primera: ¿Quién lo decide?, ¿Qué tipo determina que a partir de aquí blanco pero a partir de aquí negro?, ¿Felipe VI?, ¿Pedro Sánchez?, ¿Sheldon Cooper?. La segunda: ¿Por qué no se ha decidido ya?, ¿Por qué razón yo sé que a partir de las 20:00h tengo que decir «buenas noches», a partir de las 14:00h «buenas tardes» y el resto del tiempo «buenos días» pero, por el contrario, hoy, al comprar en la mayor cooperativa valenciana, no he sabido si a la cajera debía desearle un buen año que está por venir o felicitarle por una navidad que ya ha pasado? Hay quienes me llaman cuadriculado, y yo asiento; hay quienes me piden que fluya, y yo niego.

Con quien también me surgen dudas es con el Levante Unión Deportiva. Que el más mentiroso de todos se atreva a levantar la mano, ¿en qué patido de esta temporada, en qué solo momento un solo jugador que vestía de azul y grana ha dado síntomas de no querer jugar, de no querer correr, de no querer luchar? Ni si quiera Dani Gómez, chupón, egolatra, carne de Mestalla, ha dejado de pelear -por sí mismo- y buscar el gol -para sí mismo. Ni palmando uno a cuatro contra el Espanyol, ni palmando dos a cuatro contra el Racing, ni después que en Leganés nos levantaran una victoria. Si el Levante está fuera de los dos primeros puestos nunca podría ser por una cuestión de ganas o compromiso. El equipo me tiene cautivado, estoy con ellos a muerte, más que la temporada pasada con una plantilla plagada de estrellas. El gol del empate a dos en Zaragoza con un cabezazo en un corner de Brugué -que mide uno setenta y cinco- sobre un zamarro de dos metros casi hace que el corazón se me salga del pecho. Por ello, empieza a ser común que acabe los partidos con una duda, más bien con la duda: ¿Realmente pueden dar más?, ¿He de esperar que hagan un fútbol mejor?, ¿son razonables mis expectivas de un ver un juego mucho mejor?

Lo que no sé es si estoy empezando a quedar atrapado en las redes de Calleja. Llevo tanto tiempo pensado que el preparador madrileño está infrautilizando al equipo, que ahora me planteo si la culpa es mía por sobrevalorar las capacidades de nuestros jugadores. Pablo, Lozano, Oriol, Valle, Álvarez, Cantero, Brugué, Bouldini podría dar mucho más de lo que han dado en promedio este año. Cada vez que veo a Fabricio jugar tengo la sensación de que en cualquier otro Levante o que en cualquier otro equipo llevaría doce goles en los mismos cuatro ratos que ha jugado. Honestamente, no creo que Calleja sea un entrenador defensivo. En La Romareda, con la inercia de empatar un dos a cero, el Levante no es que no gane porque el planteamiento fuese no salir de área, defender juntitos la portería y despejar a la mínima. En La Romareda, el Levante no gana porque le falta ambición, le falta valentía. Defensivo es Alessio, Calleja simplemente es miedica. Dicho de otra forma y poniendo otro ejemplo: de subir, no lo haremos gracias a haber empatado en El Molinión; sino que de subir, lo haremos a pesar de haber empatado en El Molinón. No es reconstruir el árbol táctico de Calleja, es simplemente un cambio de perspectiva; ese que te hace pensar que el año pasado nos quedamos en Segunda por la mano de Róber Pier y no por jugar sin alma en Málaga; ese que te hace creer que Son es mejor que Pubill porque es más experimentado; ese que te hace ir a Andorra con la posibilidad de volver liderando la categoría pero te quedas esperando a que un golpe de suerte te dé la victoria. Calleja diría «Felices Fiestas» solo para no equivocarse.

Para este nuevo año deseo: el ascenso y el tricampeonato.